Ayer, tuvo lugar el Día Mundial sin tabaco, por lo que aprovechando tal motivo, consideramos importante insistir en la advertencia de los graves perjuicios que el tabaco acarrea sobre la salud en general y la piel en particular, tanto para los fumadores como para las personas expuestas al humo del mismo.
La piel está formada por diferentes elementos, todos ellos esenciales en el desempeño de determinadas tareas que posibilitan su adecuado funcionamiento. Nuestra piel es un elemento vivo altamente vulnerable al medio que la rodea, tales como cambios bruscos de temperatura y humedad, contaminación ambiental, y otros agentes externos, pero muy especialmente sensible al humo del tabaco. La piel se debilita y su estructura se deteriora, causando daños en ocasiones irreparables.
El humo del tabaco disminuye la oxigenación de los tejidos. La nicotina y el monóxido de carbono castigan gravemente a la salud y la integridad de nuestra piel, ya que la nicotina provoca una vasoconstricción y disminución de la circulación periférica, y el monóxido de carbono, al unirse con la hemoglobina, una restricción del transporte de oxígeno. Además, el tabaco hace que disminuyan los niveles de vitamina A, lo que produce cambios en la cantidad y calidad de colágeno y elastina. Todo ello se deriva en la deshidratación de la epidermis y la destrucción de las fibras elásticas de la dermis, lo cual induce a una atrofia dérmica, y a una disminución de la producción de fibroblastos, con lo que la aparición de arrugas será evidente a una edad más temprana. El cutis se mostrará opaco, apagado y grisáceo. Además de ello, el tabaco agrava alteraciones cutáneas tales como el acné o la cuperosis.
No comenzar a fumar es la decisión correcta y más responsable, pero si ya es tarde para no adquirir ese hábito, dejar de hacerlo es la única solución para recuperar la salud de nuestra piel, ayudándonos de un aporte alimenticio rico en vitaminas E y C, para paliar los efectos de la nicotina y un uso de cosméticos antioxidantes.